Artículo de opinión de Jon Ken Mizutani, psicólogo colegiado GZ2182
Las relaciones humanas, en su esencia, son intercambios dinámicos de necesidades, deseos y expectativas. Sin embargo, estos intercambios pueden desbalancearse, llevándonos a estados emocionales que van desde la ansiedad hasta la depresión.
Este fenómeno puede entenderse mejor a través del contrato interactivo saludable, un concepto que refleja la dinámica natural y cotidiana de nuestras interacciones. Este modelo explica cómo los desequilibrios emocionales en las relaciones, tanto personales como profesionales, pueden tener repercusiones psicológicas graves si no se ajustan a tiempo.
El contrato interactivo saludable
El concepto central del contrato interactivo saludable es simple: las relaciones no son estáticas, sino que se basan en intercambios mutuos y en un equilibrio dinámico. A veces, una persona da más, y otras veces, recibe más. Mientras este intercambio se mantenga dentro de unos márgenes razonables, ambos miembros de la relación se sienten valorados y respetados.
Este es el estado ideal de equilibrio dinámico: un flujo de toma y daca en el que la equidad no es perfecta en todo momento, pero donde cada persona siente que sus necesidades están siendo consideradas. Pero ¿qué pasa cuando este equilibrio se rompe?
La paciencia: ¿Virtud o margen de maniobra?
Nuestra sociedad valora la paciencia como una virtud. Nos han enseñado a ser pacientes en nuestras relaciones y a aguantar cuando las cosas no van bien. En ciertos contextos, esto es correcto: la paciencia es una virtud cuando se utiliza para tolerar los procesos necesarios que conducen a un objetivo más funcional.
Por ejemplo, es fundamental tener paciencia en las etapas de evolución de un niño, donde el crecimiento y aprendizaje requieren tiempo. Del mismo modo, cuando una persona está pasando por un proceso difícil o incómodo, la paciencia permite tolerar esas fases que, aunque generan incomodidad, son necesarias para llegar a una meta más saludable (Lazarus & Folkman, 1984).
Sin embargo, en otros contextos, la paciencia no es un fin en sí mismo, sino un margen de maniobra temporal. Esto ocurre cuando, por ejemplo, sentimos que tenemos que tirar de paciencia en una negociación con una pareja o en una amistad.
En estas situaciones, la paciencia no debería considerarse la solución final, sino una señal de que algo en el contrato interactivo necesita ser renegociado para restaurar la salud emocional. Usar la paciencia únicamente para soportar un desequilibrio sin buscar soluciones reales puede perpetuar el malestar, convirtiéndose en un obstáculo para el bienestar (Lazarus & Folkman, 1984).
Por tanto, aunque la paciencia puede ser una virtud cuando permite tolerar etapas necesarias en ciertos procesos, también debe entenderse como un margen de maniobra en relaciones adultas, donde debería facilitar una renegociación del contrato interactivo para restablecer el equilibrio y la salud emocional.
Del desequilibrio a la ansiedad
Cuando la paciencia se agota y el desequilibrio persiste, las personas comienzan a experimentar ansiedad. Este es el primer indicio de que el sistema emocional está sobrecargado. La ansiedad es, en esencia, una respuesta fisiológica y emocional ante la percepción de que algo está mal, pero que no hay una salida clara. La mente y el cuerpo entran en un estado de alerta continua, buscando solucionar una situación que parece inamovible.
En este punto, la relación está profundamente dañada. La persona, incapaz de restablecer el equilibrio, experimenta no solo la ansiedad mental (preocupación, miedo), sino también síntomas físicos: el cuerpo somatiza el estrés no resuelto, manifestándose entre otros, en dolores de cabeza, problemas digestivos o tensión muscular. Esta es la fase de somatización, donde las emociones no solo afectan la mente, sino que invaden el cuerpo (Selye, 1983).
Depresión: El último recurso del cerebro
Si el desequilibrio sigue sin resolverse, el ciclo de ansiedad y somatización da paso a la depresión. En este contexto, es el mecanismo de defensa final del cerebro. Es como si el sistema nervioso, agotado por el estrés continuo, decidiera apagar los fusibles para protegerse del colapso. En lugar de seguir luchando, el cerebro reduce la actividad emocional, causando una sensación de vacío, desesperanza y apatía.
La depresión no es más que la consecuencia de un contrato interactivo profundamente roto, un contrato que ha dejado a la persona sin recursos para renegociar sus términos. Es el resultado de no haber escuchado los primeros síntomas del desequilibrio, de haber ignorado el cabreo y la ansiedad (Kobasa et al., 1982).
El Cabreo: Una señal necesaria
Contrario a lo que muchos creen, el cabreo no es una emoción negativa que deba ser suprimida. En el modelo del contrato interactivo saludable, el cabreo es una señal natural y saludable de que algo no está funcionando. Es la forma en que nuestro cuerpo y mente nos empujan a restaurar el equilibrio.
Sin embargo, en lugar de escuchar y actuar sobre el cabreo, muchas personas lo reprimen, forzándose a ser pacientes o a aguantar más tiempo del necesario. Esto no solo perpetúa el malestar, sino que lleva al ciclo de ansiedad y depresión (Selye, 1983).
El cabreo es, en realidad, un intento del sistema emocional de volver a la zona centralizada de equilibrio. Cuando una persona está enfadada, su sistema nervioso está diciendo: «Esto no está bien, necesitas hacer algo al respecto». El problema surge cuando no actuamos sobre esa emoción. Reprimir el cabreo no hace que desaparezca; simplemente se convierte en otro paso hacia el deterioro emocional.
Sin embargo, también es importante matizar que no solo la persona que intenta restablecer su equilibrio siente cabreo. En muchas ocasiones, la persona que impone un contrato precario y que vive dentro de los muros del adoctrinamiento también puede experimentar cabreo. Esta persona, al ver que su interlocutor empieza a salir de esos muros y a intentar calibrar la relación de forma más saludable, puede enfadarse porque percibe que está perdiendo control. Esta persona, que cree que el contrato precario es el estado «natural» o «correcto» de la relación, se cabrea en un intento de hacer que la otra persona vuelva a someterse a los términos del contrato insalubre (House, Landis & Umberson, 1988).
Para distinguir entre estos dos tipos de cabreo —el cabreo funcional y saludable, y el cabreo disfuncional—, una de las claves está en el entorno social. Exponerse a las personas y escuchar su feedback puede ayudarnos a calibrar nuestro cabreo.
Si el cabreo es funcional y responde a una necesidad legítima de restablecer el equilibrio, el entorno tenderá a validarlo. Las personas a tu alrededor te animarán a seguir por ese camino, a poner límites y renegociar el contrato (Fletcher & Sarkar, 2013).
Por el contrario, si el cabreo es disfuncional —es decir, si responde a un intento de mantener un contrato insalubre o de ejercer control sobre el otro—, el entorno tenderá a calibrar a la persona. Las personas cercanas, si están bien calibradas, mostrarán que ese cabreo no es razonable y no está justificado. Esto es importante porque nos ayuda a ajustar nuestra percepción de las emociones.
Exponernos a la crítica y escuchar las visiones de otras personas es una maniobra clave para diferenciar entre el cabreo saludable y el cabreo disfuncional (Kobasa et al., 1982).
El adoctrinamiento de vivir con un contrato precario o un supercontrato
Uno de los aspectos más trágicos de este ciclo es que muchas personas están adoctrinadas para vivir con un contrato precario o un supercontrato. Ambos tipos de contratos son ineficientes y generan sufrimiento, aunque de maneras diferentes.
El contrato precario es aquel en el que la persona aprende, desde la infancia, que debe soportar ciertas injusticias o desequilibrios en sus relaciones, porque es lo que se espera de ella.
Este adoctrinamiento les enseña a aceptar contratos interactivos que no son saludables, perpetuando ciclos de sacrificio y falta de límites. Las personas que han crecido bajo este tipo de contrato suelen tener dificultades para poner límites en la vida adulta, lo que las lleva a relaciones disfuncionales donde sus necesidades no son respetadas.
Por otro lado, el supercontrato es lo opuesto. Es el contrato en el que al niño se le permite hacer todo lo que quiere sin que se le pongan límites apropiados. Este contrato beneficia en exceso al niño en sus primeras etapas, pero no se ajusta a la realidad social.
Como resultado, la persona que ha crecido con un supercontrato tendrá problemas para adaptarse en la vida adulta, ya que le resultará difícil ajustarse a los límites sociales. Estos individuos suelen encontrarse con dificultades para aceptar restricciones, lo que también genera sufrimiento, ya que la realidad no se ajusta a las expectativas que han internalizado desde pequeños.
Tanto el contrato precario como el supercontrato son formas de adoctrinamiento ineficientes. En el caso del contrato precario, la persona lucha por establecer límites y por reivindicar sus necesidades. Por el contrario, en el supercontrato, la persona tendrá dificultades para aceptar los límites impuestos por la sociedad y los demás, ya que está acostumbrada a recibir un trato excepcional.
En ambos casos, la persona enfrentará un mal ajuste a las dinámicas relacionales y sociales, lo que generará sufrimiento y conflictos en su vida adulta (Fletcher & Sarkar, 2013; House, Landis & Umberson, 1988).
El proceso de emancipación emocional
Salir de este adoctrinamiento, sea del contrato precario o del supercontrato, requiere un proceso de emancipación emocional, que es, en esencia, como hacer un duelo. En este proceso, tendremos que enfrentar la tristeza, ya que la emancipación implica dejar atrás patrones antiguos y abrazar nuevas formas de relacionarnos, lo que inevitablemente conlleva una sensación de pérdida.
Si una persona ha crecido con un contrato precario, sentirá principalmente culpa, vergüenza, miedo y tristeza al ir emancipándose. La culpa y la vergüenza emergen porque la persona ha sido adoctrinada para soportar injusticias y poner a los demás por delante de sus propias necesidades. El miedo y la tristeza aparecen al abandonar estas dinámicas profundamente arraigadas y al enfrentarse a una nueva forma de vivir más autónoma y equilibrada.
Por otro lado, si alguien ha vivido bajo un supercontrato, el proceso de emancipación traerá consigo principalmente ira, frustración y tristeza. La ira y la frustración surgen porque la persona, acostumbrada a obtener lo que quiere sin límites, debe ahora ajustarse a la realidad social, lo que provoca un choque con las expectativas previamente internalizadas. La tristeza, igual que en el contrato precario, aparece porque la emancipación es un duelo; se requiere dejar atrás las dinámicas que una vez proporcionaron comodidad, aunque ya no sean funcionales en la vida adulta.
La tristeza es una constante en ambos casos, ya que el proceso de emancipación emocional implica un duelo necesario para poder evolucionar (Lazarus & Folkman, 1984; Kobasa et al., 1982).
Conclusión
El Contrato interactivo saludable no solo es una herramienta para entender el deterioro emocional, sino también una invitación a renegociar nuestras relaciones. Nos recuerda que la paciencia no es una solución, que el cabreo es una señal que debemos escuchar, y que la ansiedad y la depresión son síntomas de un sistema emocional sobrecargado.
La clave para romper este ciclo es la coherencia emocional, una habilidad que, aunque desafiante, es esencial para construir relaciones más equilibradas y satisfactorias.
Este enfoque del contrato interactivo saludable busca desmitificar el sacrificio innecesario y fomentar una vida emocional más auténtica y plena. Como psicólogo, mi objetivo es que las personas puedan identificar cuándo están atrapadas en un contrato interactivo insalubre y que adquieran las herramientas necesarias para emanciparse de estos patrones destructivos.
Esquema general
Referencias bibliográficas
– Fletcher, D., & Sarkar, M. (2013). Psychological Resilience: A Review and Critique of Definitions, Concepts, and Theory. *European Psychologist*, 18(1), 12–23.
– House, J. S., Landis, K. R., & Umberson, D. (1988). Social Relationships and Health. *Science*, 241, 540–545.
– Kobasa, S. C., Maddi, S. R., & Kahn, S. (1982). Hardiness and Health: A Prospective Study. *Journal of Personality and Social Psychology*, 42(1), 168–177.
– Lazarus, R. S., & Folkman, S. (1984). *Stress, Appraisal, and Coping*. Springer Publishing.
– Selye, H. (1983). The Stress Concept: Past, Present, and Future. In V. Hamilton & D. Warburton (Eds.), *Human Stress and Cognition*. John Wiley & Sons.