Artículo de opinión de Jon Ken Mizutani, psicólogo colegiado GZ2182
En nuestra vida diaria, constantemente nos enfrentamos a situaciones que desencadenan reacciones automáticas, tanto emocionales como físicas. Estas reacciones, conocidas como reactividad interna, son reflejo de cómo interpretamos y percibimos el mundo a través de nuestra perspectiva personal.
Sin embargo, la forma en que gestionamos esta reactividad y el impacto que tiene en nuestras relaciones depende, en gran medida, de cuán conscientes seamos de sus mecanismos psicológicos. Este artículo explora cómo la reactividad, la perspectiva, y la interacción entre ambas, determinan nuestra forma de vivir, y cómo, al tomar control de estos procesos, podemos mejorar significativamente nuestra capacidad de relacionarnos y crecer como individuos.
La perspectiva como locomotora de la vida
Imaginemos nuestra mente como un tren en marcha, donde la locomotora es la perspectiva: la forma en que vemos e interpretamos el mundo. La perspectiva nos guía, dictando cómo percibimos cada situación que se presenta ante nosotros. Justo detrás de la locomotora está el vagón de la reactividad interna, que sigue a la perspectiva y representa cómo nuestro cuerpo y emociones responden a lo que vemos. La combinación de estos dos elementos —perspectiva y reactividad— moldea nuestra realidad (Beck, 1976; Lazarus, 1991).
Pero aquí radica la clave: no todos reaccionamos de la misma manera frente a la misma situación. Una persona puede percibir una injusticia y reaccionar con ira, otra con tristeza, y otra quizás ni siquiera se inmute. Esto no depende solo de la situación en sí, sino de los “datos” que cada persona tiene en su mente, su prisma particular (Ellis, 1962). La diferencia en reacciones es, por tanto, la consecuencia directa de la información que tenemos, de cómo hemos sido adoctrinados y de las experiencias previas que hemos internalizado (Bowlby, 1980).
La trampa de las generalizaciones y distorsiones de la realidad
A menudo caemos en una trampa común: las generalizaciones. Frases como “estoy fatal” o “todo está mal” son reflejo de una visión distorsionada de la realidad (Beck et al., 1979). Cuando englobamos nuestros sentimientos en expresiones tan amplias, perdemos la capacidad de desglosar qué es lo que realmente está ocurriendo en nuestro interior. Generalizar nos atrapa en una visión limitada, y no nos permite observar las múltiples facetas que componen nuestra experiencia.
Desglosar lo que sentimos y vivimos es una herramienta esencial para evitar esta distorsión (Burns, 1980). Si decimos “estoy mal”, estamos permitiendo que ese malestar acapare toda nuestra atención, impidiendo que veamos las áreas de nuestra vida que pueden estar funcionando bien. Al descomponer nuestras emociones —por ejemplo, identificando si se trata de un dolor físico, una inquietud emocional, o un conflicto con otra persona— podemos enfrentarlas con mayor claridad y evitar quedar atrapados en una visión única y limitante de la realidad.
Adoctrinamiento orgánico: Cómo el pasado moldea el presente
Desde nuestra infancia, especialmente en el entorno familiar, somos adoctrinados emocionalmente. Este adoctrinamiento orgánico es un proceso mediante el cual absorbemos creencias, traumas y patrones de comportamiento, los cuales afectan cómo reaccionamos a lo largo de nuestra vida (van der Kolk, 2014). Así, nuestras reacciones automáticas en la vida adulta suelen ser resultado de heridas y creencias arraigadas desde la niñez (Siegel, 1999).
Por ejemplo, si de niño una persona experimentó desvalorización constante, es probable que desarrolle un trauma que lo acompañe a lo largo de su vida. En la adultez, si este trauma permanece inconsciente, tenderá a manipular su entorno para evitar que se lo active. Esto puede influir en cómo educa a sus hijos, silenciando sus emociones por miedo a que toquen fibras sensibles de su propio pasado.
Cuando alguien es consciente de su trauma, tiene una oportunidad de romper este ciclo. Al reconocer que su reactividad interna es una respuesta al trauma, puede separar sus propias heridas de las interacciones con los demás, permitiendo así una relación más saludable y neutral (Shapiro, 2001).
La reactividad como prisión y manipulación
La reactividad interna es la mayor cárcel en la que podemos vivir (LeDoux, 1996).
«Cuando no somos capaces de gestionar nuestras emociones, nos convertimos en prisioneros de nuestras reacciones.»
Peor aún, la reactividad puede llevarnos a manipular a quienes nos rodean, ya sea de manera consciente o inconsciente, con el fin de evitar que activen nuestros puntos sensibles (Siegel, 2012).
Una de las trampas más grandes en las relaciones es pensar que es el otro quien tiene que cambiar. Pero cuando enfocamos nuestro esfuerzo en cambiar a la otra persona, estamos ignorando el hecho de que nuestra reactividad es lo único que realmente podemos controlar.
La clave está en darnos cuenta de que, en toda interacción, cada uno tiene el 50% de responsabilidad, y el manejo de nuestra propia reactividad es nuestra única arma real para cambiar la dinámica (Schwartz & Begley, 2002).
La Guerra antigua y la guerra moderna: Cómo enfrentar la confrontación
En el manejo de las confrontaciones, hay dos formas de proceder: lo que podríamos llamar la guerra antigua y la guerra moderna.
En la guerra antigua, ambas partes se enzarzan en una batalla reactiva, donde ninguno de los dos es capaz de ver que su comportamiento está alimentando el conflicto. Ambas partes se pierden en la confrontación, justificando sus propias reacciones sin detenerse a reflexionar sobre ellas (Porges, 2011).
Por otro lado, en la guerra moderna, uno de los dos mantiene la calma y deja que la otra persona se enfrente a su propia reactividad. El que es capaz de controlar su reactividad gana la guerra, no porque se imponga al otro, sino porque permite que la otra persona vea con claridad su propio descontrol. Es una confrontación sin lucha, donde el único objetivo es que el otro reflexione, no que se someta (Goleman, 1995).
Independencia emocional: El arte de vivir libre de las reacciones del otro
El verdadero poder en una relación no reside en controlar al otro, sino en desarrollar una independencia emocional. Esto significa que, independientemente de lo que haga la otra persona, somos capaces de mantener nuestra estabilidad emocional. Esta es la única forma de evitar caer en una espiral de manipulación y reactividad (Neff, 2011).
En una relación de pareja, por ejemplo, si uno de los dos rompe una promesa, la reacción automática podría ser la ira o el reproche. Pero si hemos desarrollado esta independencia, en lugar de reaccionar, podemos actuar desde un lugar de calma, señalando el problema sin caer en la reactividad, dejando que la otra persona reflexione sobre sus propios actos.
La nobleza y la finura en la comunicación
Manejar bien las confrontaciones no solo implica mantener la calma, sino actuar con nobleza y finura.
La nobleza se refleja en la disposición a mirarnos a nosotros mismos y mejorar, sin importar lo que haga el otro.
La finura, por su parte, es la habilidad de comunicarnos sin reactividad, manteniendo el enfoque en lo que realmente importa (Tolle, 2004).
Si logramos combinar nobleza y finura, seremos capaces de dejar al otro “con el culo al aire”, como dice la expresión, no desde un lugar de humillación, sino desde un lugar de verdad. Cuando no reaccionamos, dejamos que el otro vea sus propios errores sin tener que imponérselos.
Conclusión: La libertad que surge de controlar la reactividad
«La verdadera libertad en la vida y en las relaciones no proviene de controlar lo que otros hacen, sino de controlar cómo reaccionamos ante ello«
Al ampliar nuestra perspectiva y entender los mecanismos psicológicos que gobiernan nuestras reacciones, podemos dejar de ser prisioneros de nuestra reactividad y empezar a vivir de manera más plena y consciente (Brown, 2015).
El camino hacia la madurez emocional implica aprender a manejar nuestra reactividad, a desglosar nuestras emociones, y a actuar desde la calma. Solo cuando somos capaces de hacer esto, podemos empezar a influir positivamente en nuestras relaciones, y vivir una vida donde no estemos a merced de nuestras reacciones ni de las de los demás.
Este proceso no es fácil ni rápido, pero es fundamental. Cada vez que desglosamos nuestras emociones, que evitamos reaccionar impulsivamente, estamos ganando una pequeña batalla en la gran guerra interna que todos libramos. Y al final, el verdadero éxito en la vida no se mide por lo que obtenemos, sino por cómo somos capaces de vivir con nosotros mismos y con los demás.
Esquema general
Referencias bibliográficas
– Beck, A. T. (1976). Cognitive therapy and the emotional disorders. International universities Press.
– Beck, A. T., Rush, A. J., Shaw, B. F., & Emery, G. (1979). Cognitive therapy of depression. Guilford press.
– Bowlby, J. (1980). Attachment and loss: Vol. 3. Loss, sadness, and depression. Basic books.
– Brown, B. (2015). Rising strong. Random house.
– Burns, D. D. (1980). Feeling good: The new mood therapy. Harper Collins.
– Ellis, A. (1962). Reason and emotion in psychotherapy. Lyle Stuart.
– Goleman, D. (1995). Emotional intelligence: Why it can matter more than IQ. Bantam Books.
– Lazarus, R. S. (1991). Emotion and adaptation. Oxford university press.
– LeDoux, J. (1996). The emotional brain: The mysterious underpinnings of emotional life. Simon & Schuster.
– Neff, K. D. (2011). Self-Compassion: The proven power of being kind to yourself. HarperCollins.
– Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: Neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication, and self-regulation. Norton.
– Schwartz, J. M., & Begley, S. (2002). The mind and the brain: Neuroplasticity and the power of mental force. HarperCollins.
– Shapiro, F. (2001). Eye movement desensitization and reprocessing (EMDR), second edition: Basic principles, protocols, and procedures. Guilford Press.
– Siegel, D. J. (1999). The developing mind: How relationships and the brain interact to shape who we are. Guilford Press.
– Siegel, D. J. (2012). The whole-brain child: 12 revolutionary strategies to nurture your child’s developing mind. Bantam books.
– Tolle, E. (2004). The power of now: A guide to spiritual enlightenment. New world library.
– Van der Kolk, B. A. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Penguin Books.